viernes, 19 de junio de 2009

Doc:

Alternativas a la crisis hegemónica en América Latina
En América Latina se encuentran ocho gobiernos que se declaran progresistas y de izquierdas. Hoy han de lidiar con la crisis y la nueva política exterior estadounidense. Entre ellos, varios plantean como salida otro modelo de relaciones que ponga en duda el libre mercado, construyendo otra integración. Analizamos la situación del continente y los retos que afronta.

Raúl Zibechi, analista y editor del semanario uruguayo ’Brecha’

El irremediable declive de los Estados Unidos como potencia hegemónica en América Latina abre un abanico de posibilidades entre la transición hacia un nuevo sistema y las continuidades con mínimos maquillajes. Como telón de fondo, la pugna por imponer una nueva hegemonía regional.
Bajo la administración de George W. Bush, la erosión de la hegemonía estadounidense en la región, que ya era evidente en los ‘90, se aceleró con una increíble rapidez. Apenas una muestra: en 1994, en la Cumbre de las Américas, EE UU logró que los 34 países de la región firmaran su adhesión al proyecto del ALCA. Pero una década después, en la Cumbre de Mar del Plata de 2005, los países del Mercosur y Venezuela echaron por tierra la pretensión de Bush de crear un área de libre comercio desde Alaska hasta la Patagonia.
Las grandes empresas que operan en América Latina tienen ahora otros nombres y otros propietarios: las mexicanas Cemex y América Móvil, propiedad del multimillonario Carlos Slim; las brasileñas Embraer, que compite con Boeing y Airbus en el mercado mundial, la minera Vale do Rio Doce y la petrolera Petrobras, entre las más conocidas. Por primera vez en cinco siglos, los estados de la región y las empresas locales están desplazando a las extracontinentales.
Y en eso, llegó la crisis El panorama regional no puede abordarse como un todo homogéneo. La crisis global vino a mostrar y acelerar las diferentes tendencias que se mueven en la región. Centroamérica parece destinada a seguir aferrada a la relación bilateral con Washington, más allá de los triunfos electores de la izquierda en Nicaragua y El Salvador. En tanto, México se debate en una profunda crisis institucional por la imposibilidad de poner cierto orden en el caos y la corrupción, avivados desde que el presidente Calderón lanzó su guerra contra el narcotráfico, que según todos los análisis está perdiendo, y que puede desembocar en un golpe de Estado militar o en formas más o menos disfrazadas de intervención estadounidense.
La idea de que en poco tiempo México pueda convertirse en un ‘Estado fallido’ se está convirtiendo en un dolor de cabeza para el Pentágono y la Casa Blanca, de mayor envergadura incluso que sus ya importantes problemas en Afganistán, Pakistán, Irán e Iraq. En Washington se especula con alguna forma de intervención directa para apuntalar un gobierno cada vez más dependiente de las fuerzas armadas, que se están convirtiendo en el verdadero poder en el país.
Más al sur Pero es en la región sudamericana donde se están registrando los cambios más profundos y de más largo aliento. En el terreno de la integración, la construcción de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) representa un desafío a la hegemonía de potencias extraregionales, ya que está llamada a viabilizar dos hechos que pueden ser irreversibles desde el punto de la vista de la construcción de una nueva hegemonía intra-regional: la IIRSA y el Consejo de Defensa Suramericano.
La Integración de la Infraestructura de la Región Suramericana (IIRSA) en base de una docena de corredores multimodales que unirán el Pacífico y el Atlántico con un costo en obras de infraestructura de 600.000 millones de dólares, puede contribuir a aliviar los efectos de la crisis mundial en la región y relanzarla como nuevo polo de acumulación mundial de capital. En segundo lugar, la creación del Consejo de Defensa Sudamericano (CDS), el 10 de marzo de 2009 en Santiago de Chile, un año después del ataque de Colombia a un campamento de las FARC en suelo ecuatoriano, revelan la magnitud del desplazamiento, no sólo de Washington, sino del Norte en la región.
Los aliados de EE UU tienen cada vez menos peso y sus iniciativas, como el Plan Colombia y toda su política antidrogas, cuentan cada vez con menos legitimidad. En poco tiempo el Gobierno de Barack Obama deberá revisar a fondo su intervención militar en Colombia y encontrar nuevos modos de vincularse con una región donde tiene ya menos peso que Brasil, la nueva potencia emergente. Un dato muy elocuente es que en 2006 Venezuela gastó cinco veces más en ayuda a los países latinoamericanos que EE UU, lo que revela la magnitud del declive de la ex superpotencia y de su capacidad de influenciar en los gobiernos sudamericanos.
Por último, en la reciente “combocumbre” de Bahía, como Rafael Correa bautizó la cuádruple reunión del Mercosur ampliado, el Grupo de Río, la UNASUR y la Cumbre de América Latina y el Caribe, que reunió a 33 países en diciembre, se diseñaron caminos que excluyen a EE UU y Canadá, pero incluyen a Cuba.
Debates pendientes Por el momento, ninguno de los países ha tomado medidas que supongan una clara ruptura con el modelo neoliberal. Se está buscando fortalecer el comercio, evitar el proteccionismo, diseñar planes de obras públicas para paliar el desempleo y relanzar el crecimiento. Brasil anunció un vasto plan de vivienda que prevé construir 12 millones de casas en 15 años con una inversión de 123.000 millones de dólares. Medidas de este tipo, apuntaladas por los planes sociales como Bolsa Familia, tienden a impulsar los mercados internos cuando las exportaciones se derrumban.
Salvo los seis países que integran el ALBA (Alternativa Boliviariana de las Américas), nadie más está cuestionando el libre comercio, piedra angular del modelo vigente. Ya no se habla del Banco del Sur que puede armar una arquitectura financiera diferente, ni del Gasoducto del Sur que puede colocar los hidrocarburos al servicio del desarrollo endógeno. Si una región que busca su autonomía y que cuenta con ocho de diez gobiernos que se proclaman progresistas y de izquierda, no es capaz de cuestionar el modo de comerciar asentado en la rapiña, no parece claro ni quiénes ni cuándo podrán hacerlo.
A estas limitaciones de los gobiernos debe sumarse que la potencia que está emergiendo en sustitución de EE UU, tiene actitudes hegemonistas y está firmemente anclada en el neoliberalismo. El director de la edición brasileña de Le Monde Diplomatique nos recuerda que las ofertas de financiación de la banca estatal brasileña a países vecinos para obras públicas “van acompañadas de la condición de que sean empresas brasileñas las ejecutoras de los proyectos y que el material empleado en las obras sea comprado en Brasil”. El modelo de integración regional y los megaproyectos de infraestructura están diseñados a la medida de la burguesía de Sao Paulo, una de las diez más poderosas del mundo. El principal riesgo que corre América Latina es que la suma de crisis y progresismo resulten en un modelo idéntico maquillado con otros colores.


Fuente: Periodico Diagonal

No hay comentarios:

Publicar un comentario